Absolutamente nadie en nuestro país puede cerrar los ojos ante la realidad de la violencia y el crimen organizado. Pero eso no es lo peor, sino el hecho de que cada vez el fenómeno se vuelve más dinámico y difícil de tratar en el sentido de que menores desde los 12 años son utilizados para perpetrar crímenes indignantes.
Recientemente se hicieron algunas reflexiones en torno a esta situación como resultado del asesinato de un estudiante del INFRAMEN a manos de un menor. Las autoridades han hecho modificaciones a la Ley Penal Juvenil con el objeto de aumentar las penas para los jóvenes infractores. Sin embargo considerar el problema a partir del aspecto punitivo sin profundizar en la carcoma social que da lugar a esta tragedia supone confundir el rumbo.
Pero también es muy fácil para los religiosos (y sobre todo para los que somos evangélicos protestantes) señalar y decir que la situación está mal porque los salvadoreños nos hemos alejado de Dios comenzando por el gobierno, pasando por el sistema judicial y terminando por la familia. Pensándolo bien, el problema surge al revés. Como familia hemos permitido que la injusticia, la infidelidad, la mentira, la violencia y el desamparo de los hijos; sea la norma de vida y no la excepción.
Por otro lado, como iglesia tenemos una deuda histórica con esta causa al actuar espiritualmente ingénuos esperando que Dios "haga todo" lo que a nosotros nos corresponde hacer con el objeto de incidir en la familia salvadoreña a través de la promoción y modelaje de los valores del Reino de Dios: justicia, misericordia, compasión por las víctimas del desamparo, la responsabilidad paternal / maternal, la indisolubilidad matrimonial, etc.
Hay cosas que son posibles hacer, y no hablamos aquí de construir un mega centro de readaptación de menores con un enfoque cristiano al estilo de un gheto; sino acciones de corto alcance y bajo presupuesto el cual consiste en que cada creyente pueda ir en busca de un adolescente en riesgo de la violencia, con el propósito de dirigirle a Jesús y de ese modo cumplir con el anhelo de Cristo de que cada oveja tenga un pastor; de esa manera lograr que potenciales delincuentes se conviertan en ciudadanos el Reino de Dios.
Los ministerios juveniles (en sus distintas manifestaciones) son grandes oportunidades para involucrar a estos niños y adolescentes en lo justo y agradable a Dios. Hagamos nuestra parte, el mayor interesado en que el Reino de Dios se establezca es el mismo Señor. Anhelamos el día en que todas las cosas serán reunidas bajo su dominio.
Hasta la próxima.